¿Conoces a tu  Niña Interior?

Habita en ti, y ahora, está leyendo esto, contigo. Es esa niña que fuiste. La que, en ocasiones, sufrió demasiado. Quizás en tu entorno no fueron conscientes, o quizás, lo más probable, es que también en tu entorno hubiera sufrimiento. Esas memorias quedaron grabadas, y la niña, silenciosa, se agazapó en un rincón. Hoy trata de hacerse visible, de que la quieran, porque el tiempo es una ilusión y tú sigues siendo esa niña.

La niña sigue buscando el amor que no pudo recibir en su momento. Quiere ser reconocida, aceptada, complaciente y buena para recibir su premio, ese que no recibirá nunca, hasta que tú no hayas aprendido a darte a tí misma. A veces cae en una tristeza profunda, que no sabe de dónde viene. Establece relaciones de dependencia que no son sanas para ella. Y el amor de los demás nunca es suficiente, nunca llega, no cala. Existe ese vacío interno que nada puede llenar. Nada, nadie, excepto tú. Probablemente lo sepas, pero todavía no sabes cómo hacerlo…

¿Te suena esta historia?

Las heridas de la infancia son un “universal”. Me atrevería a decir que el 100% de las personas las tienen. Aunque, obviamente, varía el grado de intensidad en que se experimentan, dependiendo de las circunstancias por las que cada persona haya pasado. Durante la infancia somos muy vulnerables, y para nuestros padres y el resto de personas adultas que nos rodean, es imposible hacerlo todo perfecto, pues como nosotras, sólo son seres humanos. Quizás la llegada de un hermano más pequeño, que el padre o la madre tengan que abandonar el hogar (sea por el motivo que sea y aunque sólo sea de modo temporal), pueden afectar al mundo emocional del niño o la niña y dejar una impronta de dolor y/o carencia afectiva.

Si hubo situaciones más complicadas, como fallecimientos, algún tipo de maltrato, abusos, etc., las heridas pueden llegar a ser realmente profundas y dolorosas. Este dolor seguirá influyendo en nuestra etapa adulta. El niño o la niña tomarán las riendas de ciertas situaciones que nos conectan con dichas heridas, trayendo ese sufrimiento al momento presente. Muchas personas pensarán que ese sufrimiento viene dado por la experiencia actual, pero no es cierto, ese dolor pervive desde el pasado y ahora sólo se está haciendo visible.

Aquellas experiencias que vivimos en la infancia y que crearon una memoria de dolor, siguen presentes en nuestro cuerpo en forma de energía acumulada. Dicha energía necesita ser sentida, experimentada, vivida desde el plano emocional para poder ser liberada y transmutada.  Para sanar, es necesario que tomemos la decisión de mirar, sostener y abrazar nuestra historia y su dolor. Sólo así podremos soltarla, dejarla en el pasado, dar las gracias y caminar ligeras de equipaje, con la mirada puesta en el futuro. El amor propio comienza con la decisión de mirar hacia dentro: quiénes somos, qué sentimos, cuáles son nuestros verdaderos deseos; y tomar la decisión, consciente y voluntaria, de hacernos cargo de todo aquello que vayamos descubriendo. Paso a paso, sin prisa, sin juicio, sólo tomando conciencia, observando, sintiendo, sosteniendo.

Vivir en el presente, mirándote, descubriéndote, respetándote, sosteniéndote, es situarte en el lugar de la adulta que ya eres, y comprender que tienes la fuerza que necesitas para hacerte cargo de todo lo que sientes, de todo lo que quieres. Tú, puedes darte todo aquello que necesitas.

Abandona la queja y el lugar de la víctima y conviértete en la única persona responsable de tu vida. Este, es el verdadero amor hacia ti misma. Sólo este sendero te reconectará con tu niña, acortando la distancia que existe entre tú y ella; y permitiéndote recuperar la alegría y la conexión con la vida que ella tenía. Esa niña alegre, juguetona, que soñaba su vida sin miedo, sigues siendo tú, niña y adulta pueden y deben vivir en sintonía, sólo tienes que tomar la decisión de amarte con todo tu ser.

 

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